viernes, 19 de abril de 2013

COMENTARIO DE TEXTOS



      
MODELO DE COMENTARIO DE UN TEXTO NARRATIVO-DESCRIPTIVO
 

Un despiadado sol de fuego se elevó sobre los tesos por la Preciosa Sangre de Nuestro Señor y abrasó la salvia y el espliego de las laderas. En tan sólo veinticuatro horas, el termómetro rebasó los treinta y cinco grados y la cuenca se sumió en el enervante sopor canicular. Los cerros se resquebrajaron bajo los ardientes rayos y el pueblo, en la hondonada, quedó como aprisionado por un aura de polvo sofocante. En torno crepitaban los trigos maduros, mientras los cerros de cebada ya segados, con las moreras esparcidas por los rastrojos, denotaban un anticipado relajamiento otoñal. Bajo el bochorno, la vida languidecía y el infernal silencio de las horas centrales apenas se rompía por el piar lastimero de los gorriones entre los altos carrizos del arroyo. Al ponerse el sol, una caricia tibia descendía de las colinas y las gentes del pueblo aprovechaban la pausa para congregarse a las puertas de las casas y charlar quedamente en pequeños grupos. De los campos ascendía el seco aroma del bálago envuelto en el fúnebre lenguaje de las aves nocturnas, mientras las polillas golpeaban rítmicamente las lámparas o revoloteaban incansables en torno a ellas en órbitas desiguales. Del Cerro Merino llegaban los silbidos de los alcaravanes y, a su conjuro, los cínifes se desprendían de la maleza del río y bordoneaban por todas partes con agresiva contumacia. Era el fin del ciclo y los hombres, al encontrarse en las calles polvorientas, se sonreían entre sí y sus sonrisas eran como una arruga más en sus rostros requemados por el sol y los vientos de la meseta.
       No obstante, por San Miguel de los Santos los cuetos amanecieron envueltos en la pegajosa neblina que fue acentuándose a medida que el día ensanchaba. Y el Pruden, al advertirlo, cruzó el puentecillo de troncos y ascendió penosamente la cárcava y, una vez en la meseta de tomillos, llamó al Nini a grandes voces:
- Nini, rapaz- dijo cuando éste apareció en la boca de la cueva, desperezándose-, esa calina no me gusta. ¿No amagará el nublado”
Miguel Delibes: Las ratas


   Este fragmento en prosa pertenece aLas ratasde Miguel Delibes: nos encontramos, por tanto, ante un texto extraído de una novela posterior a la Guerra Civil española. En principio, la variedad discursiva elegida es la narración, pues el escritor recrea para nosotros unos hechos ficticios por medio del lenguaje literario; no obstante, estas líneas contienen un breve diálogo y en ellas adquiere una importancia decisiva la variedad de la descripción, ya que lo que pretende el autor es mostrar cómo las condiciones atmosféricas marcan el ritmo de vida de todo ser vivo (humano o no) que habita un paraje castellano. La acción es mínima (por la Preciosa Sangre de Nuestro Señor, durante las horas centrales del día en el periodo canicular, el sol abrasa los campos y sume al pueblo en el tedio; al anochecer, los campesinos se reúnen frente a las puertas de sus casas para charlar, mientras las aves y los insectos inician su actividad nocturna; en San Miguel de los Santos hay neblina, por lo que Pruden pregunta a Nini, quien sale desperezándose de una cueva, si no amenaza tormenta), pero a través de ella Delibes consigue sumergirnos en el ambiente asfixiante de un pueblo castellano prototípico, una población aislada, cerrada, requemada por el sol y dedicada al trabajo en el campo: la Castilla de los noventayochistas, la Yecla de Azorín condenada a la inmovilidad y a la abulia.

  

   El narrador de este fragmento es un narrador externo a la historia, omnisciente, que relata unos sucesos acaecidos en el pasado. Se limita a descubrir los hechos con objetividad, empleando un lenguaje inscrito en un registro culto, con una cuidada elaboración retórica que incorpora numerosas palabras propias de la jerga de la gente del campo: “tesos”, “carrizos”, “bálago”, “alcaravanes”, “cuetos”, “cárcava”, “calina”…A este lenguaje especializado se le une el uso constante de figuras retóricas y tropos, lo que revela la atención prestada al estilo en busca de una mayor capacidad expresiva; esto es, el lenguaje del texto llama la atención del lector sobre sí mismo para que éste, en una labor activa de interpretación, se deje llevar por su potencial de sugerencia, por su valor estético. La función poética del lenguaje se superpone, pues, a la meramente representativa o referencial: ya desde la primera línea nos encontramos con una personificación y una metáfora (“Un despiadado sol de fuego”), hay comparaciones (“el pueblo, en la hondonada, quedó como aprisionado por un aura de polvo sofocante”, “sus sonrisas eran como una arruga más en sus rostros requemados por el sol y los vientos de la meseta”, comparación esta última que une dos términos muy alejados entre sí: una sonrisa equivale a una arruga), nuevas metáforas de carácter tópico (la brisa del anochecer es sentida como “una caricia tibia que descendía de las colinas”, la vida del pueblo “abrasado” por el “fuego” del sol es como una planta que languidece, el silencio del mediodía es “infernal”, los sonidos de los alcaravanes son un “conjuro” que reúne a otras aves nocturnas, que se comunican entre sí a través del “fúnebre lenguaje”...). También hallamos sinestesias, como la de la línea 19 (“el seco aroma del bálago”) o  la de la línea 32 (“pegajosa neblina”), así como asociaciones sorprendentes entre dos términos: hace tanto calor que los cerros “se resquebrajan” y los trigos maduros “crepitan” como las llamas. La aliteración de consonantes oclusivas sordas y de vibrantes múltiples contribuye a multiplicar la capacidad de sugerencia de estas expresiones. 


   La adjetivación en este fragmento es un recurso constante que califica y describe subjetivamente la realidad; es significativo, a este respecto, que muchos de estos adjetivos aparezcan antepuestos: “un despiadado sol de fuego”, “el enervante sopor canicular”, “los ardientes rayos” (un epíteto), “polvo sofocante”, “trigos maduros”, “un anticipado relajamiento otoñal”, “el infernal silencio”, etc. La lengua con la que está escrito este fragmento tiene, en definitiva, un marcado carácter lírico, es una descripción subjetiva en la que el narrador busca intencionadamente transmitirnos una sensación concreta: el tedio y el bochorno al que están sometidos los habitantes de este pueblo español, situación que probablemente explica las actuaciones de los personajes y su forma de vida. La ambientación de esta novela está muy cuidada porque seguramente estas circunstancias exteriores determinan las condiciones de vida de los campesinos, de los que se transmiten notas costumbristas, como cuando se nos informa de que, al caer la noche y bajar un poco el calor, salen de sus casas para formar corrillos a la puerta en los que charlar mientras toman el fresco tras el calor diurno.



   Propongo la siguiente estructura temática para el fragmento, basándome, precisamente, en esta oposición entre el bochorno de las horas centrales del día y la tregua del atardecer:



a) Desde la línea 1 a la 15à El narrador presenta la situación en la que se encuentra el pueblo durante el verano, sometido a un bochorno asfixiante, de “canícula”, en el que los termómetros sobrepasan los 35º.



b) Desde la línea 15 a la 30 à A través del complemento oracional de carácter temporal “Al ponerse el sol”, que aquí funciona como un tópico del discurso, pasa a describir la tregua que les da el calor durante la noche, en la que “una caricia tibis descendía de las colinas”.



c) Desde la línea 31 a la 39 à El narrador desplaza su atención hacia otra localización espacial, “San Miguel de los Santos”, donde la climatología es diferente: hay una “pegajosa neblina” que le hace pensar al Pruden que puede amagar el nublado (esto es, desatarse una tormenta) y así se lo avisa a Nini. El narrador reproduce las palabras del campesino en estilo directo (“Nini, rapaz, esa calina no me gusta. ¿No amagará el nublado?”) respetando, de este modo, el sociolecto del personaje; incluso parece que se contagia con él, ya que emplea el artículo acompañando al nombre propio, que además aparece abreviado (se trata de hipocorísticos):“el Pruden”,“al Nini”. En todo caso, aquí el narrador abandona las descripción del ambiente para centrar su atención en las acciones que desarrollan dos personajes.



    La pregunta que formula Pruden es el único fragmento textual sometido a una entonación distinta a la enunciativa, omnipresente en un texto que cuenta con un ritmo estático, equilibrado, sensación que se refuerza con la presencia de otros tres rasgos gramaticales:



a)       El uso mayoritario del pretérito imperfecto de indicativo (forma temporal propia de las descripciones), que se refiere a una acción pasada de la que no se focaliza ni su inicio ni su final y que está vista, pues, en su desarrollo. La selección de este tiempo verbal nos hace espectadores de lo que está sucediendo.



Los otros dos fenómenos son de carácter sintáctico:



b)       El constante empleo de la coordinación copulativa, que une dos oraciones distribuidas, de este modo, en perfecto equilibrio y armonía (estructuras bimembres): “Un despiadado sol de fuego se elevó sobre los tesos por la Preciosa Sangre de Nuestro Señor y abrasó la salvia y el espliego de las laderas”; “Los cerros se resquebrajaron bajo los ardientes rayos y el pueblo, en la hondonada, quedó como aprisionado por un aura de polvo sofocante”; “Al ponerse el sol, una caricia tibia descendía de las colinas y las gentes del pueblo aprovechaban la pausa para congregarse a las puertas de las casas y charlar quedamente en pequeños grupos”, etc.



c)        La subordinación adverbial temporal, en muchas ocasiones simultánea, a través de la conjunción “mientras”: “mientras los cerros de la cebada…mientras las polillas golpeaban…”. La vida en el pueblo es monótona y aburrida durante la canícula; la narración que realiza el  autor se vuelve también estática y pausada.


 Podemos concluir el comentario subrayando dos aspectos que articulan la composición de este fragmento: por una parte, el lenguaje lírico, retórico, que emplea el autor, acompañándolo de términos y construcciones que apuntan al contagio de una variedad lingüística diastrática (el habla campesina) y, por otro lado, el ritmo estático, binario, que imprime a su discurso para evocar el tedio y la inacción en la que se ve sumergido el pueblo durante el calor estival. Miguel Delibes consigue, de este modo, un relato realista, pero con una fuerte carga connotativa y de sugerencia.





 TEXTO PARA COMENTAR

“Javier Gurruchaga tiene los ojos velados de cachondeo y una risa contagiosa, de larga entonación y magistralmente modulada, golosa e interminable, una risa falsa y convencional que, sin embargo, se articula muy verazmente con la palabra (el potente sujeto habla y ríe al mismo tiempo) mediante una gran dosis de realismo en cada carcajada, en cada pliegue de su risa. Digamos que la entonación es falsa, pero que el regodeo gutural es auténtico. Por lo demás, hay en toda la cara una complacencia nerviosa y muscular con la mueca, el tic, el rictus, la distorsión y el simulacro. Es una cara que aspira epilépticamente a ser muchas caras y no sabe estarse quieta; podría ser la de un obispo refinado y sensual o la de un jerarca nazi libidinoso y cruel o la de una beata untuosa y satinada y adinerada entusiasta del Papa polaco. Cultiva un sarcasmo que podríamos llamar dental; esa burlona, lenta, relamida, deleitosa exhibición de incisivos y encías y lengua relamiéndose, mientras deja oír guturalmente la célebre risa sardónica”.

JUAN JOSÉ MILLÁS